jueves, 5 de mayo de 2011

Que viva el saber, pero ¿qué saber?

QUE VIVA EL SABER, PERO ¿QUÉ SABER?
¿Qué es el saber? ¿Qué lugar ocupa en nuestra especie, y concretamente en nuestra sociedad?
Suelo decir que el ser humano es la cabeza pensante de la naturaleza, donde ella se mira al espejo, pues a través de nuestras reflexiones se deducen los misterios que no dejan de ser secretos.
Pero, realmente pocos hay que se dediquen por naturaleza y en hecho, a la reflexión.


Muchos pueden tener títulos de carreras universitarias, calificaciones excelentes y puestos de trabajos prestigiosos en universidades... etc.
Pero la mayoría se engaña por ello, pues no llegan a entender que los títulos y la especialización en el conocimiento no es más que una adecuación de la institucionalización de los Estados sobre todas las cosas.
Con esto me refiero a que pretenden hacer del intelectual lo mismo que con el carpintero o el agricultor.
Estos dos últimos, cuyos trabajos son francamente admirables, trabajan sobre una categoría material, sobre un conocimiento específico y concreto.
Pero el intelectual, que dedica su vida a la reflexión versa sobre lo ideológico, ideático, sobre lo abstracto.
Y en lo abstracto todo está conectado con todo, pues no podemos pretender entender el árbol del saber conociendo solo una rama o una hoja.
A todo esto, invito a los que a la reflexión se quieran dedicar, que lo estudien y que lo reflexionen todo. Pues el espíritu del que aspira a sabio siente curiosidad por todo, y el que no, que se quite de ilusiones porque su alma no está hecha para ello.
Así distingo a artesanos de intelectuales. Los artesanos estudian y se especializan, siendo por cierto muy útiles, pero sin ser filósofos. Los intelectuales lo estudian y reflexionan todo, como ya he dicho, aunque claro, siempre conocerá más de unos temas que de otros, y siempre le apasionará más uno que otro, aunque siempre bajo el profundo interés. Y por supuesto, todo el mundo puede ser intelectual, y su valor no se limita a los que títulos y carreras tienen sino al que simplemente estudia y reflexiona.
Dedica su vida de una forma ordenada al conocimiento de todas las cosas, estudiando primero unas cosas y luego otras.
¿Qué de raro tiene así pues estudiar todas las posibles disciplinas? Como dice el padre de Pantagruel en la obra de Rebelais, hay que estudiarlo todo, versarse sobre todas las lenguas posibles, estudiar todas las ciencias.
Lo que yo completo diciendo que a todo aquello debemos sumar la humildad del verdadero estudioso. Como también decía Ptahotep, visir del rey Djedkare Izezi de la V dinastía egipcia, el sabio no presume de lo que sabe, y realmente así es.
Quien todo el día presume de ser algo, realmente significa que no lo es... y sin ánimo de ofender por ejemplo, no son los verdaderos ricos los que presumen de dinero sino los que quieren serlo y no pueden. Aquellos mismos que arruinan su existencia pagando préstamos para tener bienes que no pueden pagar.

Además de lo dicho, el sabio nunca traiciona su moral. Puede cambiarla por el transcurso natural de sus reflexiones, pero nunca rebajarse a alguien o algo de ideas contrarias a cambio de otros bienes ajenos al mismo saber, pues el mayor tesoro de un estudioso es su pensar. El sabio defenderá sus ideas aunque lo torturen y ejecuten, como tantos han hecho.
Un pensador no necesita de grandes lujos sino de buenos libros, no necesita de popularidad sino de buenos amigos, que suelen ser pocos.
Un pensador de verdad no accede al vicio, y no se reduce a las carencias de la decadente sociedad, si es que vive en una sociedad decadente.
Por muy difícil que sea, el estudioso recapacita y reacciona ante sus actos desvirtuados, para así hacerlos llegar por el recto camino.
No es que los que llamamos en este texto artesanos no tengan virtudes y deban faldear de lo que no son, por el contrario estas últimas premisas son universales.
Pero pongo especial énfasis en el pensador, porque es el que más suele desvirtuarse en este rumbo, pues muchos ineptos hay que hacen hincapié en lo mucho que saben o lo mucho que son, y luego lloran en casa a escondidas por no serlo realmente.

En definitiva, si nuestra alma está hecha para el estudio, callaremos, escucharemos, rebatiremos con humildad y respeto, estudiaremos de todo, lo exploraremos todo y lo pensaremos todo, y aunque nos equivoquemos, rectificaremos.

Como solía decir cuando era pequeña: Porque estudio lo que no pienso y pienso lo que no estudio.
Mucha suerte a todos mis queridos sabios. Recordad: este es vuestro templo y yo una sencilla servidora.

Fuente: elaboración propia.


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